sábado, 18 de febrero de 2012

En su epístola el apóstol Santiago pregunta: “¿Qué es vuestra vida?”. Y él mismo responde: “Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece” (4:14). Por más que lamentemos a menudo el tiempo perdido, no podemos volver a empezar ni un solo instante de nuestra existencia. En la tierra sólo tenemos una vida para vivir. Es un capital que quizá ya hemos malgastado y sigue escurriéndose entre nuestros dedos. Vivir persiguiendo sueños o dejándose dominar por pasiones y deseos no es vivir. Una vida solamente es bien vivida junto a Dios y para Dios, teniendo la seguridad del perdón de nuestros pecados y un gozo profundo en el corazón. Esta es la verdadera vida. Muchos de nuestros contemporáneos están inquietos, y es de comprender: no tienen ninguna esperanza ni certidumbre en cuanto al porvenir. Los motivos de inquietud son numerosos: desempleo, contaminación, guerras, peligro nuclear, destrucción de nuestra civilización… Jesús habló de los tiempos hacia los cuales el mundo avanza rápidamente, cuando habrá “en la tierra angustia de las gentes… desfalleciendo los hombres por el temor” (Lucas 21:25-26).

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